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lunes, 21 de noviembre de 2011

Abecé


Podemos decir que vives en mi alfabeto. En la maraña de letras que a veces y sólo a veces saben soportarse y que dibujo, una a una, en el espejo que suda vapor. Vives en mi verbo, en los fonemas exactos de tu nombre, en el abismo insano de un abecé que felizmente me aprendí. Para hacerte adjetivo busco en ti, en el modo ingrato en el que te cae el pelo sobre la nuca, en lo que me cuentan tus cartas vacías. Mecida entre comas me silbas una de Oceransky, nos tomas cualquier foto, me regalas un domingo blanco. Me imagino que no estuvieses, que no sepa imaginarte, que fueses del sueño de otro. Me imagino que si vivieses tal vez, en cualquier sitio; yo sería de ésos que viven caminando. Ésos, los que no se bañan, los que duermen donde las noches quieren, los que estrechan todas las manos. Yo sería como ésos, buscando bajo cada alfombra. Gracias a mí vives, todos los días, en mi alfabeto. Vives en este post, en el anterior, en el que aún no se me ocurre.

Vives. ¿Pero, vives? ¿Tienes casa, madre, sueños? ¿Tienes un perro que recuerdas, unas Converse preferidas, una historia que no olvidas? ¿Guardas cartas aún no escritas, amistades de mentira, un dolor que te aterriza? Vives en mi alfabeto, sí, pero...¿y si vives en mi vida?

De repente estás bailando una alegría, caminando en un misterio, extasiada en un concierto.
Sólo sé que a cada paso, cuando acaba este segundo, yo cada vez estoy más vivo y cada vez estoy más muerto.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Fábula dos



El sábado salió sol. Salió sol y me dije que sería una buena idea enjuagarme la flojera y lavar mi carro; como quien disfruta el día y hace algo medianamente productivo. A decir verdades; bien productivo, si tomamos en cuenta el cambio de color que tenía el carro por las capas de smog, tierra y tristeza que le fueron aventadas encima por la ciudad y los ciudadanos. Comencé, y dos horas después, no había acabado aún. Para cuando terminé, el carro estaba asqueroso. Yo estaba asqueroso y asquerosamente agotado también, aunque la asquerosidad de mi agotamiento era menos grande que la idea que me golpeó. Me sentía un ratero de pagarle cinco soles a un tipo para que haga esa chamba en tan poco tiempo. Qué abusivo me sentí. Qué abusivo me siento.

Moraleja: Si sale un sol de Egipto, cómete un ceviche.

Pd: Lavo carros. Ojo casera, cobro 500 soles.