Tal vez la felicidad es mi mejor mordaza. Tal vez me entumece
los dedos o tal vez los ensucia con flojera. Tal vez me avienta encima un
baldazo de timidez -cortesía de algún niño sentado en alguna última fila de
algún salón de alguna primaria- o tal vez la sonrisa que ahora paseo es
simplemente la
kryptonita de mis coplas. Tal vez ya no sepa con qué más
compararla, pero tengo que ordenar estos caracteres para decir lo que todos
sabemos: ya no escribo. Lo absurdo del
asunto es que no sé exactamente por qué. Escribo, sí…pero no para la
blogósfera. Escribo para mí, para nosotros, y sí…para ella.
Las palabras y yo no
hemos roto nuestro romance ni borrado nuestros teléfonos ni quemado nuestros
cachivaches de caja de zapatos. Aún nos buscamos y nos cuidamos las espaldas,
pero menos públicamente que antes. Aún
siguen siendo ése lado frío de la almohada de verano, a las que volver resulta
tan placentero como el sexo con la persona incorrecta o despertar con la
correcta.
Tal vez el silencio cibernético me oxida la pluma y me
entorpece las yemas, el intelecto, las vergüenzas. Tal vez me abandona imberbe,
carente y hambriento de la vorágine creativa de la que alguna vez me sentí,
indiscretamente, una víctima placentera; de ésas que se dejan arrastrar
confiadamente como quinceañera borracha. Tal vez ese mismo silencio es el
retroceso que da el tigre antes de saltar, o alguna otra de esas salchipapescas
analogías que usamos para autocojudearnos cuando sabemos que la estamos
cagando. Tal vez quedarme callado es precisamente eso…no cagarla. Tal vez es
cagarla mucho más.
Tal vez este post es la resaca de una embriaguez de culpas,
de alegrías, de arrebatos.
Tal vez no vuelvo a chupar nunca más.
Tal vez no quiero dejar de chupar.
Talvezderepentequizáspuedaser que simplemente jamás empecé.
Oe….¿chasa, no?