Si volviese a
escribir tendría muy pocas cosas que decir.
Y es que hoy por hoy hablo mucho y no
digo nada; mucho más es lo que musito, lo que mastico, lo que rumio cada dos
pedazos de vida, aquellos trozos de película sucia a los que los intactos llaman
domingos por la tarde.
Si se apagasen de
una puta vez las cenizas de la felicidad y la viese caer muerta sobre la arena, tal
vez mis nostalgias harían por fin el paseíllo. Quizá entonces mis dedos vacíos tendrían
el cuajo de darle a las teclas alguna suerte de orden que traiga consigo un
aroma de otrora, un valse del ayer, un trazo que pinte de pésimo modo el tipo que
he sido. Pues eso...quizá.
Si venciese acaso
el horror que la página en blanco le pone a mis huesos, diría que no me hace
falta nadie…ni siquiera ella. Que donde acaba la calle una vuelta a la izquierda
nos dejó a ambos mucho más cuerdos pero menos vivos y que, de acabarse este
otoño, podremos ya empezar a olvidar todo lo que no recordamos y lo que a veces
y lo que sí. Carajo, tal vez hasta lo de a diario.
Si tuviese el
descaro inmenso de hacerlo todo de nuevo tendría que inventarte toda de vuelta.
Habría que venir al “siempre” del odio a
las prisas, las anáforas y el despertador. Entonces vivir volvería a tratarse
de columpiarte en cada frase, de dibujarte en cada espejo, de tararearte en
cada risa e imaginarte en cada esquina de cada calle de cada jueves de cada
año. Escribir una vez más sería entrar en ti, en la profundidad de tu espalda, en
la torpeza de mis manos, en el beso que aún no te he dado, en la esperanza de volverte a
encontrar.
Si tan sólo
pudiese volver a escribir…si tan sólo.