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lunes, 23 de marzo de 2020

Mujer



Es que, de principio, no sabía lo que hacía. Te había olfateado ya -por puro azar- deambulando de ida y vuelta sobre una canción de la radio. El tráfico, el piano, el calor, el ruido, el niño sentado en un asiento trasero que recorre la galaxia.

Pero pasaste. Tangente a mi vida anduviste tu camino y allí yo; existiendo intacto, bien peinado, impecablemente en blanco. Sentado quedé, confundido y en silencio, abrumado desde apenas detrás de los ojos. Sed de entender; sombra que no es la mía, ruido irreconocible, enigma a resolver. ¿Me culpas acaso? No estaba equipado aún para saberte, para trazarte los confines. Cuando niño, la palabra amor vivía abrigada por las paredes de mi casa y cantaba, a la mañana y al pie de la cama, los cumpleaños. Vendrían luego la pelota y el parque, los fondos de los vasos, las prisas, los -ismos, las mañanas ventosas que me pillaron, esperándolas en la orilla, descalzo. Acaso te regalé un golpe de olvido; acaso fue que me lo regalabas tú.

Pero volviste. En lontananza y al horizonte, te reconocí al instante. Eran tus huellas, tu tibieza, tus ojos vivos, tu velocidad. Traías a cuestas nuevos tonos de verde, las oraciones completas, los silencios francos, tres certezas y siete dudas, el frío irremediable que le provocas a mi espalda. Y te supe, te bebí, te anoté en la hoja última de mi cuaderno de colegio. Te di, abierta al sol, mi mano derecha. Es que no sabía lo que hacía, lo que eras, lo que cuestas…lo pronto que te ibas a ir.
Pero te busqué. Me hice a la mar, deambulé, arrastré mi historia por los pisos, las hojas vacías, los campos, los Do Mayor, los aeropuertos. Besé, me dolí, abrigué, herí, grité…me sentí pequeño y enorme en mi rincón de universo. Pero aprendí.

De vez en cuando te asomas por aquí; aún refrescando, con todo tu ruido, mi espalda. Atento te distingo en la que llevo sujeta a mis brazos, en pleno baile. En lo que dura un respiro vienes y te vas, revelándote alegre en las uñas, el calor, en una combinación rabiosa de las letras, en las risas, las anáforas, el desamor. Sé que ése será el único modo de vernos, de volver a abrir la hoja última del cuaderno de colegio. A veces, y sin pensármelo mucho, imagino nuestra despedida. Implosiono en episodios en los que, en mi lecho de muerte, eres esa última cuestión en la que pienso. Los hay otros en los que imagino que te olvido, que la masa enorme de la vida termina por volverme el tipo que nunca fui, rebosante de indiferencia; el tipo que te convierte en una foto marchita, borrosa, asquerosamente irreconocible…como él mismo. También los hay aquellos en los que te pierdo la fe, la métrica; ésos en los que, con una hipócrita sonrisa, vuelvo a ser el niño intacto que confiado se sienta en un asiento trasero y recorre, al lado de tu ausencia, la galaxia.

No sé cuándo será, ni dónde, ni cómo…lo que sí sé -sentado sobre toda convicción- es que nos veremos de nuevo. En los labios de alguna, en la cama de otra, en la melodía con la que se ría la última.

Ya me lo dirá, con un hielo irremediable, mi espalda. Sí que me lo dirá.