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sábado, 30 de mayo de 2020

Dormir





Tu recuerdo lo uso para dormir.
Dejo mi cuerpo quieto por varios minutos mientras mi mente malabarea las escenas. Casi casi puedo verte, por el rabillo del ojo, tipeando abstraída mientras te hago algo de comer. Casi casi te oigo renegando por tararear una canción que dices que odias, pero que no. Casi casi que me ataca tu olor, ileso y debajo del perfume, cuando has llegado a casa y te quitas la chalina. Casi casi hasta que siento el peso de preguntarte eso que me confirma que me miras, pero que no me ves.

Cambio de posición hacia el otro lado sin abrir los ojos y me vuelvo a asir a él. Anteayer es ese globo de helio que ha de sacarme del mundo de los vivos hasta que haya luz, ruidos de despertador y aroma a café. Relajo la espalda, acomodo la almohada, cavilo. Casi casi que se me enfrían las manos de soltar las tuyas y verte bailar, entre el miedo y la adrenalina, hacia la puerta de un avión. Casi casi que me sabe a sal el aire del trigal que atraviesa tu bicicleta, de sur a norte. Casi casi que el susto y mis ansias de cuidarte me quitan, en medio segundo, los siete gintonics que llevo encima.

En teoría lo uso para dormir…en teoría. Heme aquí con la noche a cuestas, hurgando en el tiempo, queriendo y odiando, escudriñando el sinnúmero de palabras que existen hasta encontrar ésas que le dibujen perfectamente el contorno a una huella.
Iluso.

El olvido llega y que conste aquí esto. Aquí, en este inservible intento de demostrar que no. Que aquí conste que llega, que todo lo inflama y que sabe quedarse.
Habrá que vivir. Eureka
Habrá entonces que salir al mundo y ver, oler, odiar y amar. Habrá que sentir pesos, miedos, viento y manos frías…habrá que hacerlo todo de vuelta. Habrá que vivir mucho para recordar siquiera poco, o acaso algo.

Habrá que vivir para recordar y -esto tiene que decirse- también para dormir. También para dormir.

lunes, 23 de marzo de 2020

Mujer



Es que, de principio, no sabía lo que hacía. Te había olfateado ya -por puro azar- deambulando de ida y vuelta sobre una canción de la radio. El tráfico, el piano, el calor, el ruido, el niño sentado en un asiento trasero que recorre la galaxia.

Pero pasaste. Tangente a mi vida anduviste tu camino y allí yo; existiendo intacto, bien peinado, impecablemente en blanco. Sentado quedé, confundido y en silencio, abrumado desde apenas detrás de los ojos. Sed de entender; sombra que no es la mía, ruido irreconocible, enigma a resolver. ¿Me culpas acaso? No estaba equipado aún para saberte, para trazarte los confines. Cuando niño, la palabra amor vivía abrigada por las paredes de mi casa y cantaba, a la mañana y al pie de la cama, los cumpleaños. Vendrían luego la pelota y el parque, los fondos de los vasos, las prisas, los -ismos, las mañanas ventosas que me pillaron, esperándolas en la orilla, descalzo. Acaso te regalé un golpe de olvido; acaso fue que me lo regalabas tú.

Pero volviste. En lontananza y al horizonte, te reconocí al instante. Eran tus huellas, tu tibieza, tus ojos vivos, tu velocidad. Traías a cuestas nuevos tonos de verde, las oraciones completas, los silencios francos, tres certezas y siete dudas, el frío irremediable que le provocas a mi espalda. Y te supe, te bebí, te anoté en la hoja última de mi cuaderno de colegio. Te di, abierta al sol, mi mano derecha. Es que no sabía lo que hacía, lo que eras, lo que cuestas…lo pronto que te ibas a ir.
Pero te busqué. Me hice a la mar, deambulé, arrastré mi historia por los pisos, las hojas vacías, los campos, los Do Mayor, los aeropuertos. Besé, me dolí, abrigué, herí, grité…me sentí pequeño y enorme en mi rincón de universo. Pero aprendí.

De vez en cuando te asomas por aquí; aún refrescando, con todo tu ruido, mi espalda. Atento te distingo en la que llevo sujeta a mis brazos, en pleno baile. En lo que dura un respiro vienes y te vas, revelándote alegre en las uñas, el calor, en una combinación rabiosa de las letras, en las risas, las anáforas, el desamor. Sé que ése será el único modo de vernos, de volver a abrir la hoja última del cuaderno de colegio. A veces, y sin pensármelo mucho, imagino nuestra despedida. Implosiono en episodios en los que, en mi lecho de muerte, eres esa última cuestión en la que pienso. Los hay otros en los que imagino que te olvido, que la masa enorme de la vida termina por volverme el tipo que nunca fui, rebosante de indiferencia; el tipo que te convierte en una foto marchita, borrosa, asquerosamente irreconocible…como él mismo. También los hay aquellos en los que te pierdo la fe, la métrica; ésos en los que, con una hipócrita sonrisa, vuelvo a ser el niño intacto que confiado se sienta en un asiento trasero y recorre, al lado de tu ausencia, la galaxia.

No sé cuándo será, ni dónde, ni cómo…lo que sí sé -sentado sobre toda convicción- es que nos veremos de nuevo. En los labios de alguna, en la cama de otra, en la melodía con la que se ría la última.

Ya me lo dirá, con un hielo irremediable, mi espalda. Sí que me lo dirá.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Insomne





Digamos que no puedo dormir.

Que son mis letras, adictas a las prisas, quienes se arrojan sobre el papel. Que hay cosas en esta nube -a la que suelo llamar mente- con ansias lívidas de significar, porque sí. Porque si algo se sabe de los mortales es que quieren todo siempre para no obtenerlo nunca.

Que no quiero dormir.
Que soñar espanta cuando la vida sujeta. Que me estoy quedando mudo e insomne…y que así lo elijo. Que tras besar mis cicatrices pienso en mí y en los patios. En esos espacios grandes y frescos donde mi voz no se oye y los pisos están empedrados; aquellos sitios en los que uno siempre suele olvidar que amar y elegir no son lo mismo. A menudo me pillo pensando en cuán caro resulta aprender eso y en los pocos pesos que llevan mis bolsillos.
Que, si algo habita de este lado de mis párpados, no ha pasado a saludar. No hemos compartido aún una taza de café recién molido, ni una palmada en el hombro. Igual espero que llegue el día en que nos reconozcamos como viejos amigos, nos contemos historias repetidas y chistes malcriados. Entonces vendrán días de mar, amarillos y bien puntuados; el sol se pondrá a las ocho y sonarán sus carcajadas, en otra voz. Hablaremos en esdrújulas, miraremos Casiopea, haremos fotos al colodión y todo olerá a jueves. Entonces, habrá silencio.

Pero digamos que no puedo dormir. Aunque son años ya desde que mudé mi cuerpo al centro de la cama no he podido aún sacudirme los espacios vacíos. Supongo que primero habría que llenarse uno. Habría que olvidar que ya no la espero y cambiar de tesitura; seguro que así los espejos dejarían de añorar, a la tarde, su pelo largo. De seguro que desaprendería una a una todas las pendejadas que lanceo a diario y hasta podría fingir nuevamente que no sé mentir.

Tal vez entonces y sólo entonces dejaría de tener prisas, patios, cicatrices, pesos, espejos y lamentos...todos disfrazados de insomnio.
Y vaya si no los tengo.

lunes, 13 de mayo de 2019

Madera



Tercera cuerda al cuarto traste. La ceja al segundo. A mis dedos, madera. A mis miedos, madera.
La hoja intacta a galeras, derruida, arrugada...vacía sólo de sentido.
Cuán pesados, cuán esquivos los espacios, la canción, la mujer, la trascendencia. Qué falta me viene haciendo un enemigo fiel, algún sueño posible, la fatiga de disfrazar de tatuaje la cicatriz. La libreta ha alumbrado una súplica que quiere ser oda, borracha del tesón con el que añoro -cada jueves- ser fulano de tal.

《¿Qué habrá sido de mí?
¿Con qué pócimas es que se cura uno de una pésima memoria que todo lo recuerda?
¿Cada cuánto es que vuelve un día como ése, en el que escuché por primera vez una canción que ya mil veces había oído?
¿Es que acaso "piel", por antonomasia, siempre será la suya?
¿Volveré a temerle a la muerte, a la soledad, a la esquina de su casa?
¿Quedarán dioses a los que pedirle que no vuelva?
¿Musas que perfumen el olvido?
¿Algo queda?
¿Algo ansío?
¿Algo soy?》

La hoja intacta a galeras, derruida, arrugada...vacía sólo de sentido.
Tercera cuerda al cuarto traste. La ceja al segundo.
A mis dedos, madera.
A mis miedos, madera.
A mi ausencia, tú.

sábado, 29 de diciembre de 2018

Entérate



Que te voy a mentir.

Que te sacaré de la mundanidad del cubículo, los semáforos y las dos medias tazas de café. Que te diré de vuelta lo que oíste una noche serena, cuando niña. Haré que la arena te mime los pies hasta el borde de la orilla, entre un siempre y un adiós. Lo que no diré es que es ahí y sólo ahí donde las olas rompen, tarde a tarde, a llorar.

Que soy un hombre intacto.
Que lo único a quitarme es la ropa…que no traje nada más. Que tu calor ha de quedarse en mi cama hasta que vuelvas; que mi espalda reclama a gritos a tus uñas; que sé que sabes que no es cierto. Que tocaré tus bemoles -uno a uno- en un allegro de tu ruido y que, a la mañana, lacónico, lo he de tararear al desayuno.
Que me miras pero que me ves.

Que cuando fisgo a la nada pienso en ti y en el modo exacto en que te derramas sobre el domingo. Que nunca miro atrás. Que no revivo la arboleda y el canal y el trigo y el molino y la risa y la bicicleta. Que acaso es retrato de lo suficiente; que desde entonces se echa de menos respirar.
Que no.

Que soy huérfano de hijo, árbol y libro…que eso de algo importa. Que has de subir la guardia con los poetas; que te adoren es quedarte detenida, abrigada por fonemas, inexorablemente ajena a todo aquello que se osa llamar tiempo. Que has de espantarlos, que sin darte cuenta te puedes hacer eterna; y que, a veces, morirse no es para tanto.

Por favor, entérate mujer.
Que soy un hombre intacto, aunque de hijo de puta llevo hasta las huellas. 
Entérate ya.

jueves, 25 de octubre de 2018

Si tan sólo



Si volviese a escribir tendría muy pocas cosas que decir. 
Y es que hoy por hoy hablo mucho y no digo nada; mucho más es lo que musito, lo que mastico, lo que rumio cada dos pedazos de vida, aquellos trozos de película sucia a los que los intactos llaman domingos por la tarde.

Si se apagasen de una puta vez las cenizas de la felicidad y la viese caer muerta sobre la arena, tal vez mis nostalgias harían por fin el paseíllo. Quizá entonces mis dedos vacíos tendrían el cuajo de darle a las teclas alguna suerte de orden que traiga consigo un aroma de otrora, un valse del ayer, un trazo que pinte de pésimo modo el tipo que he sido. Pues eso...quizá.  

Si venciese acaso el horror que la página en blanco le pone a mis huesos, diría que no me hace falta nadie…ni siquiera ella. Que donde acaba la calle una vuelta a la izquierda nos dejó a ambos mucho más cuerdos pero menos vivos y que, de acabarse este otoño, podremos ya empezar a olvidar todo lo que no recordamos y lo que a veces y lo que sí. Carajo, tal vez hasta lo de a diario.

Si tuviese el descaro inmenso de hacerlo todo de nuevo tendría que inventarte toda de vuelta.  Habría que venir al “siempre” del odio a las prisas, las anáforas y el despertador. Entonces vivir volvería a tratarse de columpiarte en cada frase, de dibujarte en cada espejo, de tararearte en cada risa e imaginarte en cada esquina de cada calle de cada jueves de cada año. Escribir una vez más sería entrar en ti, en la profundidad de tu espalda, en la torpeza de mis manos, en el beso que aún no te he dado, en la esperanza de volverte a encontrar.


Si tan sólo pudiese volver a escribir…si tan sólo.

jueves, 5 de mayo de 2016

El Coronel



Mecida entre mis sienes, escrita a mano y a doble espacio, vive la historia del Coronel.  
Rompe, ríe, pesa y sueña. Reniega, trota, canta y ama. La historia del Coronel vive, inmensa, en eso que soy y que aún no sé.  

El Coronel pone pie en el suelo cada mañana, antes que todos. El silencio tempranero que lo abriga le grita a diario que está intacto. El comando y sus soledades le dan paz, le llaman al sacrificio indesmayable de ser el hombre que es.
Lo forman los ingredientes más puros que han habido. Lo visten en justísimo entalle y hace el paseíllo perfumado por un carisma crónico, profundo, repleto de realidad. El Coronel es, todo él, una oda a la honra.
El Coronel deja el nido a paso firme; atraviesa la ciudad aún oscura y sólo se detiene cuando la niebla ya no huele a miedo, sino a tierra. Pantalón de montar, fusta en mano y cara arriba; el Coronel da clase desde el corazón del picadero como quien le responde el saludo al sol. Corrige con disciplina, con amor inmenso…el Coronel educa. Talón abajo, pierna amable, manos serenas, espalda recta, bien hecho el ángulo, los ojos claros, el mando, el cariño, la cara al porvenir; trabajo y más trabajo. El Coronel sabe cómo hay que montar; sabe bien que la vida termina exigiéndole lo mismo a uno.
Huérfano desde niño de nimiedades y mundanidad, el Coronel erige en los ojos de sus ocho una imagen clara de qué significa ser humano. Aprendieron todos cuán pesadas son sus huellas, cuán albo va su ejemplo, cuán entonado canta su consejo.

Un cobarde día el Coronel fue herido de oficio; el televisor lo conminó a sangrar sobre el desierto. Desde entonces se dolió -día a día- en voz muy baja y sin rechistar. Supo sufrir, y su fragilidad, también fue una lección. El reloj le corrió más deprisa y lo fue arrimando hacia otros rincones. El Coronel se le fue al mundo un primer día; herrando para siempre a la ausencia, enfatizando al infinito el vacío, bautizando de final un inicio.
De su entereza procedió todo lo bueno, y entre eso, su segunda hija. La hija del Coronel se pasa los años voceando fuerte todo lo que es; columpiándose en su fuego vivo, en su risa franca, en su mano abierta. Sahúma su verbo en el cajón de lo intocable y suele abrir de par en par el orgullo para que todos lo vean. No ha habido un día en que no le cante hasta que se duerma, ni que vayan juntos salpicándoles agua a los bellacos de la calle.
Llegó el día que, sin previo aviso, sucedió lo inevitable: la hija del Coronel había dejado abierto el cajón. En cuestión de minutos un niño que pasaba, rebalsado de curiosidad, husmeó. El niño aprendió sobre el Coronel, y se atrevió incluso a llamarlo con una sílaba repetida. Aprendió también a compartirlo consigo mismo y muy pronto se encontró implotando en fantasías. Son años ya desde la primera vez que fueron juntos a la Plaza a escudriñar el trapío y las hechuras; y cada vez que vuelven juntos al albero, suena, de vuelta, el primer tercio. Hay otros días en los que cuentan las batidas entre oxer y vertical, mientras el Coronel le narra al niño lo que a nadie le narró. Hay muchos otros en los que sólo juegan al tenis e incluso los hay en los que, desvelados, curan con las manos sentados en el suelo.
El Coronel y el niño son amigos. 
El niño quiere ser como el Coronel. 
El niño quiere que su hijo sea como el Coronel.
El niño nunca posó pupila sobre el Coronel ni viceversa; pero son indesligables...cual suelo y patria.
Un hombre de otra estirpe, de otro tiempo...de todos los tiempos.
El Coronel vive, galopando, hasta hoy día, hasta ayer, hasta mañana.
El Coronel galopa limpio.
Galopa.





pd1: la voz de la hija del Coronel, que terminó por encontrar al niño

Razón de vivir


pd2: Pues eso, que el Coronel sí que tiene quién le escriba.




domingo, 19 de abril de 2015

Tuve que, punto





Pero tuve que hacerte daño. Tuvo que pasar porque nunca quisimos que no pase. No lo planeamos y siempre tuvo aroma a dogma, a hecho, a certeza. Aceptémoslo, los dos supimos siempre que –temprano o tarde- iba a suceder. Yo vivo con el arma sin seguro, apuntándole a la vida entre los ojos. Abrí fuego a tu alcance en plena huida; sabiéndote en otro sitio, al tanto que andabas un camino sucio que se robaba toditos nuestros martes. Aterrada que el Fa menor del piano de mi abuela me apeste siempre a “casi”; que sólo existas en mi oficina descentralizada de utopías; que ya no tenga sed de imaginarte.    
Tuve que hacerte daño porque era lo correcto. Porque lo necesitabas. Porque te quise siempre afligido, meditabundo, volando en otras dimensiones. Porque en realidad es kunderianamente insoportable la asquerosa levedad del ser. Te traje a empellones más acá; donde el mundo pesa, donde duele, donde hastía.

Tuve que hacerte daño porque tú lo quisiste así.
Porque el suelo ansiaba a gritos tu sangre.

Porque te hace bien.

Porque te hace .


Porque me hace yo.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Vive...y ven



Lo siento.
¡Lo siento tanto!
Sé que esperaste impaciente sujetarme viva en un ballet corrido; que soñaste herirme de muerte y verme -a borbotones- desangrar enteras mis entrañas negras de misterio exhausto.
Lo siento mucho, pero no puedo por mí misma; eres tú el que me da y el que me quita. Eres tú el que me exprime, el que me hace héroe y campo; el que le cosecha a mi núcleo hirviente sus silencios pulcros y sus gritos francos.
Eres tú. Tu risa cómplice de amistad antigua, los aguillotinados minutos de tu verdugo domingo, tu escasez de odio y de lágrimas, tu mano abierta al niño y al trompo, tus ganas de llamarla a la hora del desayuno. Eres todo tú.

Husmea en ti, en tus historias, en las ajenas, en las que no existen. Rebusca en ella, en la manera absurda en la que su pupila mira cuando piensa en nada, en lo clara que es su sombra, en lo que quiso decirte cuando no te dijo adiós.

Vigila, empápate, huye, siembra, canta, llora, escucha y vuela. Vive.
Vive y ven...¡y acá escribimos!


-Tu pluma-

martes, 2 de diciembre de 2014

Que vivan los que viven



Que vivan los que viven sin recetas.

Los que se saltan pasos. Los que los repiten todos.

Que viva el que se enamoró de la chica que no lee, que vivan las que no leen porque no les viene en gana.

Que vivan los que no quieren maestrías; que vivan las que no quieren marido. Que vivan los que andan por el mundo; que vivan los que mueren en su nido.

Que vivan los que no estudiaron nada; que vivan las que no sueñan con hijos; que vivan los que lloran sociedades; que vivan los que inventan su camino.

Que viva al que lo endiosa la corbata; que viva el que le falta pan y abrigo; que vivan las señoras cucufatas; que viva el hereje incomprendido.

Que vivan los bohemios de cantares; que viva el forastero compartido; que vivan los que no tienen lugares…donde ser, donde estar, donde haber sido.

Que vivan los que no siguen las reglas; los del grito insurgente y peregrino.

Que vivan siempre los que viven sin recetas.

Los que no le ponen índice al destino.  

viernes, 28 de marzo de 2014

Oublié



La vez pasada te olvidé. Me he subido al tren que va a la playa y me saqué los guantes para tener frío. Debo ser la única que se sube al tren que va a la playa en esta época del año y que se saca los guantes a propósito para tener frío. Debo ser la única. Siempre fui la única del salón que no quería ser mamá. No quiero pues, déjame en paz. Tampoco quiero ir al viaje de prom, ni el sábado a la casa de Luciana...aunque a veces sí. Lo que quiero es que no me gustes tú. Tú no me deberías gustar. Jódete, en verdad...la vez pasada te olvidé. Te ol-vi-dé.



La vez pasada la olvidé. Devolví por fin los vestiditos que le compré y sanseacabó. Hubo una noche que no soñé que lloraba y lo odié. No soñé nada y lo odié. Antes odiaba que llore, pero prefiero su llanto a su silencio. Su silencio me deja sordo, muerto, partido por la mitad. Este tren nos llevaría a tu colegio, a decirte adiós por un rato con el corazón tibio. Ya no te espero, lo sé. Sé que hace frío porque no estás. Hace frío porque no viniste nunca. Hace frío porque me fui contigo...me fui con ella. Pero la vez pasada la olvidé. La olvidé y me pesa tanto.



La vez pasada lo olvidé. Le hice caso al loco Dante y fui a ver al cura del pabellón. Decía muchas cosas que no entiendo, pero igual le conté. Le conté que la única que me viene a visitar siempre es la culpa. No hay tregua. No hay chepi. No hay nada. Hasta hoy me duele el alma cuando digo pistola, cuando digo plata, cuando digo drogas, cuando digo Luis. Me duele el alma. A él lo quieren, lo recuerdan, lo celebran...el que perdió la vida fui yo. Libertad de papel. Cúanto ha cambiado esta ciudad, este tren, esta playa...cuán poco he cambiado yo. Soy hijo eterno de un minuto oscuro, asqueroso, implacable. Y la vez pasada lo olvidé. Gracias a Dios que lo olvidé.



La vez pasada me olvidaste. Me olvidaste y ya no existo. No existiré. Nunca existí. Qué frío hace.Ya llega el tren.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Verso, diverso, perverso


Yo no sé quién fue aquel que me dijo que ya no se llora; yo no sé por qué anduve acusándote ayer de impostora. Si estuviste a un quizás de quedarte, tal vez que me harte no es cosa de un beso; tal vez fuera que a ninguna parte o un vuelo hasta Marte prefiero antes que eso. 
Si caíste en mi cama vacía, recuerda que hoy día dejaste tu ruido; pero anoche vio que otra dormía, que helada temía que sea el que he sido. Lo anterior a mi aborrecerte, a mis ganas de verte fue un litro de vino; ejecuta impecable la suerte, estoca de muerte con temple asesino. No estoy ni ayer ni mañana ni la otra semana ni en esta treintena; así que alza la frente, fulana; y llora con gana, que valga la pena.



Y es que odio el odiar el dilema ¿canción o poema? ¿Yo supe o sabré?...no le halaga a mi lengua blasfema que muerto el sistema le aplauda de pie...  

sábado, 10 de agosto de 2013

Nosotros, según ella

Ahí te vi. Eras chiquito y sabías poco del mundo, las cartas y los silencios. Yo había olvidado ya quién era y qué hacía ahí. No sé quién nos presentó, tal y como tú tampoco lo sabes. Fuimos de a poquititos. Tú, desnudándote para que sepa quién eres. Yo, para que sepas quién podía ser contigo. Te perdonaba las torpezas y tú los desenfrenos. En lo que dura un invierno comencé a extrañarte. No te necesité antes que tú a mí. Fuimos juntos al pupitre y la chacota, y día a día, andamos. Nos decíamos de todo y frente a todo el mundo. Hasta que un día fue lunes y no estabas. Conté un sinfín de noches con sus lunas. Llegabas, de cuando en vez, con otro aroma. Yo, paradita en la esquina esperando que me cuentes, que me grites, que te acuerdes. Te extrañé y te volví a extrañar hasta que no supe hacer otra cosa. Un día viniste -vestido de pupilas borrosas- a buscarme... a encontrarte. Fue como ayer, como hoy...como siempre. Te disfracé de Silvio, de Pancho, de cualquier borracho de esquina. Recorrimos cielos, mares, miedos, fantasmas. Gritaste de mi garganta, y yo, comí de tus manos. Huiste solo, pero conmigo. Me despertabas de madrugada y yo contenta, susurraba nuestros misterios. A veces me resultan muchos; a veces...sólo un puñado. Conquistamos el absurdo como a nada...como nadie. Te hice quien eres, y tú, me embarazaste de vida.

Somos lágrima, poeta, suspiro, abril y fusil.

Somos, donde estemos...abrigo.

Soy, fui y seré -contentísima y deliciosamente-...............TU guitarra.

lunes, 21 de enero de 2013

En blanco



Maldita seas, hoja en blanco.

Maldita seas tú porque hoy no me invitas, ni me motivas, ni me retas. Hoy te temo.
Hoy te temo porque mis yemas dormidas ya no tienen el cinismo de otrora y se ven ante ti, indefensamente frágiles.
Hoy te temo, porque sé que el punto final de este escrito puede haber traído -de taquito- todo eso que sé de mí mismo pero que no quiero leer; las armas con las que me protejo y las mismas con las que me ataco.
Te temo porque nunca soy el mismo después de ti, sin que importe quién ganó en la balacera. Te temo porque yo ya casi ni disparo.

¿Estaré todavía en tu lista de enemigos? ¿Seguiré siendo tu némesis, el que alguna vez te arrimó temblorosa bajo tu cama? ¿Recordarás siquiera lo filudo de mi verbo, de mi historia, de mi voz? 

Te temo, hoja en blanco, porque la única sangre que se derrama aquí es la mía. Ya no te hiero, ya no te toco, ya no te ahuyento, ya no te ablando.
Te maldigo varias veces. Te maldigo sin odiarte, hoja en blanco, porque el día en que te odie empezaré a odiarme a mí…y hay cosas para las que uno ya está viejo. Y cansado. Y malherido. Y empolvado. Y paradójicamente entusiasmado.

Ya acabé con mi oda del espanto, con mi intento de disparo, con mi ensayo de metralla. Me declaro perdedor en la batalla si al final yo nos comparo: yo sigo igual de inútil y tú sigues…hoja en blanco.