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miércoles, 4 de diciembre de 2019

Insomne





Digamos que no puedo dormir.

Que son mis letras, adictas a las prisas, quienes se arrojan sobre el papel. Que hay cosas en esta nube -a la que suelo llamar mente- con ansias lívidas de significar, porque sí. Porque si algo se sabe de los mortales es que quieren todo siempre para no obtenerlo nunca.

Que no quiero dormir.
Que soñar espanta cuando la vida sujeta. Que me estoy quedando mudo e insomne…y que así lo elijo. Que tras besar mis cicatrices pienso en mí y en los patios. En esos espacios grandes y frescos donde mi voz no se oye y los pisos están empedrados; aquellos sitios en los que uno siempre suele olvidar que amar y elegir no son lo mismo. A menudo me pillo pensando en cuán caro resulta aprender eso y en los pocos pesos que llevan mis bolsillos.
Que, si algo habita de este lado de mis párpados, no ha pasado a saludar. No hemos compartido aún una taza de café recién molido, ni una palmada en el hombro. Igual espero que llegue el día en que nos reconozcamos como viejos amigos, nos contemos historias repetidas y chistes malcriados. Entonces vendrán días de mar, amarillos y bien puntuados; el sol se pondrá a las ocho y sonarán sus carcajadas, en otra voz. Hablaremos en esdrújulas, miraremos Casiopea, haremos fotos al colodión y todo olerá a jueves. Entonces, habrá silencio.

Pero digamos que no puedo dormir. Aunque son años ya desde que mudé mi cuerpo al centro de la cama no he podido aún sacudirme los espacios vacíos. Supongo que primero habría que llenarse uno. Habría que olvidar que ya no la espero y cambiar de tesitura; seguro que así los espejos dejarían de añorar, a la tarde, su pelo largo. De seguro que desaprendería una a una todas las pendejadas que lanceo a diario y hasta podría fingir nuevamente que no sé mentir.

Tal vez entonces y sólo entonces dejaría de tener prisas, patios, cicatrices, pesos, espejos y lamentos...todos disfrazados de insomnio.
Y vaya si no los tengo.

lunes, 13 de mayo de 2019

Madera



Tercera cuerda al cuarto traste. La ceja al segundo. A mis dedos, madera. A mis miedos, madera.
La hoja intacta a galeras, derruida, arrugada...vacía sólo de sentido.
Cuán pesados, cuán esquivos los espacios, la canción, la mujer, la trascendencia. Qué falta me viene haciendo un enemigo fiel, algún sueño posible, la fatiga de disfrazar de tatuaje la cicatriz. La libreta ha alumbrado una súplica que quiere ser oda, borracha del tesón con el que añoro -cada jueves- ser fulano de tal.

《¿Qué habrá sido de mí?
¿Con qué pócimas es que se cura uno de una pésima memoria que todo lo recuerda?
¿Cada cuánto es que vuelve un día como ése, en el que escuché por primera vez una canción que ya mil veces había oído?
¿Es que acaso "piel", por antonomasia, siempre será la suya?
¿Volveré a temerle a la muerte, a la soledad, a la esquina de su casa?
¿Quedarán dioses a los que pedirle que no vuelva?
¿Musas que perfumen el olvido?
¿Algo queda?
¿Algo ansío?
¿Algo soy?》

La hoja intacta a galeras, derruida, arrugada...vacía sólo de sentido.
Tercera cuerda al cuarto traste. La ceja al segundo.
A mis dedos, madera.
A mis miedos, madera.
A mi ausencia, tú.