Maldita seas, hoja en blanco.
Maldita seas tú porque hoy no me invitas, ni me motivas, ni
me retas. Hoy te temo.
Hoy te temo porque mis yemas dormidas ya no tienen el
cinismo de otrora y se ven ante ti, indefensamente frágiles.
Hoy te temo, porque sé que el punto final de este escrito
puede haber traído -de taquito- todo eso que sé de mí mismo pero que no quiero
leer; las armas con las que me protejo y las mismas con las que me ataco.
Te temo porque nunca soy el mismo después de ti, sin que
importe quién ganó en la balacera. Te temo porque yo ya casi ni disparo.
¿Estaré todavía en tu lista de enemigos? ¿Seguiré siendo tu
némesis, el que alguna vez te arrimó temblorosa bajo tu cama? ¿Recordarás
siquiera lo filudo de mi verbo, de mi historia, de mi voz?
Te maldigo varias veces. Te maldigo sin odiarte, hoja en
blanco, porque el día en que te odie empezaré a odiarme a mí…y hay cosas para
las que uno ya está viejo. Y cansado. Y malherido. Y empolvado. Y
paradójicamente entusiasmado.
Ya acabé con mi oda del espanto, con mi intento de disparo,
con mi ensayo de metralla. Me declaro perdedor en la batalla si al final yo nos
comparo: yo sigo igual de inútil y tú sigues…hoja en blanco.