Que te voy a
mentir.
Que te sacaré de
la mundanidad del cubículo, los semáforos y las dos medias tazas de café. Que te
diré de vuelta lo que oíste una noche serena, cuando niña. Haré que la arena te
mime los pies hasta el borde de la orilla, entre un siempre y un adiós. Lo
que no diré es que es ahí y sólo ahí donde las olas rompen, tarde a tarde, a
llorar.
Que soy un hombre
intacto.
Que lo único a quitarme
es la ropa…que no traje nada más. Que tu calor ha de quedarse en mi cama hasta
que vuelvas; que mi espalda reclama a gritos a tus uñas; que sé que sabes que
no es cierto. Que tocaré tus bemoles -uno a uno- en un allegro de tu ruido y que, a la mañana, lacónico, lo he de tararear al
desayuno.
Que me miras pero que me
ves.
Que cuando fisgo a
la nada pienso en ti y en el modo exacto en que te derramas sobre el domingo.
Que nunca miro atrás. Que no revivo la arboleda y el canal y el trigo y el
molino y la risa y la bicicleta. Que acaso es retrato de lo suficiente; que
desde entonces se echa de menos respirar.
Que no.
Que soy huérfano
de hijo, árbol y libro…que eso de algo importa. Que has de subir la guardia con
los poetas; que te adoren es quedarte detenida, abrigada por fonemas,
inexorablemente ajena a todo aquello que se osa llamar tiempo. Que has de espantarlos, que sin darte cuenta te puedes hacer eterna; y que, a veces, morirse no es para tanto.
Por favor, entérate mujer.
Que soy un hombre
intacto, aunque de hijo de puta llevo hasta las huellas.
Entérate ya.